Entre ellos, ha sido la historia de Malala la que ha vuelto a
poner ante los ojos del mundo hasta qué punto el hecho de ser un niño en
determinados países supone un riesgo cuando reclamas un derecho tan básico y esencial como es el de ir al colegio.
«Tengo derecho a la educación, a jugar, a cantar, a ir al mercado, a que se
escuche mi voz», escribía ella misma en su
blog, todo un desafío en su país, Pakistán, donde los talibanes
luchan contra la escolarización.
Un tiro en la cabeza fue el modo en el que intentaron poner
fin a sus demandas pero, sin embargo, con él han generado el efecto contrario:
miles de niños - y adultos - se echaron a las calles bajo
el lema: «Yo también soy Malala». Lo hicieron pese a ser conscientes
de lo que suponía ya que lo normal es que se vean obligados a dejar la
educación ya que los militantes han terminado con cerca de mil colegios desde
2006 como parte de una campaña contra la educación secular.
Este mismo sábado el mundo ha rendido un homenaje a Malala,
demostrando el gran número de apoyos con los que cuenta.
Tras el ataque a Malala, los talibanes la describieron como una «espía de Occidente» por haber abogado por la educación de
los niños en Pakistán. «Por este espionaje, los infieles le han dado premios y
recompensas. El Islam ordena la muerte de los que están espiando para los
enemigos», manifestó el grupo a través de un comunicado. «Ella solía hacer propaganda
contra los muyahidines y difamar a los talibanes. El Corán dice que el que hace
propaganda contra el Islam y las fuerza islámicas deben morir», apunta el
comunicado talibán», añadían.
Pese a la gravedad de su ataque, ahora Malala se recupera en Reino
Unido y cuenta con un
amplio respaldo internacional, hecho que ha favorecido que su historia llegara
a oídos de Bibi Aisha, otro de los nombres propios de esta historia.
«Se enteró a
través de Internet. Hablamos sobre ello pero estaba muy triste, y no quiso
hablar mucho sobre el tema. Tratamos de evitar que conozca este tipo de
historias, ya que se le hacen muy dolorosas y no es capaz de digerir este tipo
de noticias», explicaba
a «The Daily Beast», Rasouli Arsala, próxima a Aisha.
Su caso es diferente al de Malala aunque también pone de
manifiesto otro reto al que se enfrentan miles de niñas a diario en Afganistán:
el de no quedar anuladas al no disponer de capacidad
para desarrollar su autonomía pese a estar sometidas a torturas y explotaciones.
Su imagen dio la vuelta al mundo de la mano de la revista «Time». La foto de
portada lo decía todo: Bibi Aisha, que por aquel entonces tenía 18 años, aparecía sin orejas y sin nariz.
Los talibanes se las habían arrancado por haber intentado escapar de la familia
de su marido.
Como Malala, Aisha ha encontrado refugio en el extranjero aunque
en su caso es en Estados Unidos donde trata de recuperar la normalidad. Allí ha
empezado una nueva vida, se ha sometido a varias
operaciones y poco a
poco va recuperando la normalidad aunque todavía con dificultades: «Se siente
como en casa, pero tiene heridas muy profundas en su corazón por lo que le pasó. Sigue
luchando contra todas estas cosas», explicaba a la CNN un miembro del equipo médico que la
atiende.
Es un ejemplo de cómo seguir adelante pese a tener un pasado que
ha marcado su futuro. Precisamente esto ha sido lo que ha determinado la vida
de Omar Fidai, quien con solo 14 años confesó
haber formado parte de un plan para perpetrar un doble ataque contra un
santuario sufí.
«Hice algo muy mal. Por favor,
perdonadme», se pronunciaba él mismo desde la cama del hospital tras sobrevivir
al ataque. Es otra cara más de cómo en países como Pakistán o Afganistán - por
citar solo algunos - los niños son reclutados para perpetrar ataques, obtener
armas y, de este modo, convertirles en parte del conflicto. De hecho, según el último informe publicado por Unicef sobre
este asunto, solo en Afganistán más de 300 niños menores de
18 años han crecido
como suicidas.
Son
tres historias con nombre propio a los que habría que sumar los de miles de
niños que, a día de hoy, siguen bajo las mismas amenazas que en un día a ellos
les convirtieron en protagonistas.
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